martes, 23 de julio de 2013

Desátame o apriétame más fuerte, pero no quiero que me dejes así. Adicción al azúcar.




"Si no puedo endulzar las fresas con edulcorante, ¿cómo voy a hacer que sepan dulces?" Esta frase está extraída del libro It Starts With Food.

Estos días, como algunos/as sabréis, estoy buscando empleo, lo cual es un trabajo a tiempo completo en sí mismo. Por suerte siempre encuentro algún hueco para leer un poco y ahora estoy con este libro, de los autores del programa Whole30, que consiste en una puesta a cero limitando el consumo de alimentos únicamente a aquellos que son saludables a nivel psicológico, hormonal, nutricional, etc.

Aunque no he acabado mi lectura, no he podido dejar de darle vueltas a la frase que abre esta entrada, por eso me gustaría comentar algo al respecto. Esa pregunta la hacía una asistente a un taller que daban los autores. Quizás has pensado "¡qué tontería de pregunta!", o "¡cuánta razón!", o puede que "los edulcorantes no son paleolíticos". Sin embargo, detrás de ello hay una verdad muy triste: una adicción.

Dejemos a un lado aquello de que el azúcar estimula los sistemas de recompensa del cerebro y que puede actuar de modo similar a la cocaína. No hay que ir tan lejos. Aún en casos poco extremos, la mayoría de las personas necesitan un estímulo muy elevado para percibir el sabor dulce, ya que prácticamente todo lo que consumen tiene un contenido de azúcares muy elevado. Tanto el pan como la pasta o la leche contienen azúcar de forma natural y aún así se les añade este ingrediente para crear bollos, magdalenas e incluso endulzamos el café con azúcar. Cambiarlo por sacarina, aspartamo o cualquier otro no soluciona el problema, sino que lo disfraza e incrementa por tratarse de una alternativa artificial. El sabor dulce es un indicador natural para saber que la comida que estamos consumiendo es buena para nosotros, pero únicamente es válido cuando esta comida es, precisamente, natural.

La sobreexposición al sabor dulce hace que poco a poco este sabor tenga que ser más potente para poder percibirlo y así se crea un círculo vicioso difícil de destruir. 

¿Se puede romper el círculo? Sí, se puede. El cuerpo tiende a mantener el equilibrio en muchos aspectos. Ahora que estamos en verano, piensa en el color de la piel. Cuando empiezas a broncearte el color de tu piel cambia más o menos rápidamente. Después de unos días de exposición, casi no hay cambios porque tu piel está lista para soportar esa cantidad de sol: ha llegado a un equilibrio. Este equilibrio lo mantendrá y se perderá poco a poco si no hay nuevas exposiciones, lo cual es también un caso de equilibrio. Claro que la incidencia de todo esto depende del tipo de piel de cada uno, pero es un caso general.

Para mejorar nuestra relación con el sabor dulce hemos de ser primero conscientes del problema que hay con ella. No hace falta llegar al caso de las fresas. ¿Sabías que la lechuga tiene sabor dulce? Pues lo tiene, y también el brécol, o prácticamente cualquier verdura, no solamente las frutas. 

Una vez identificada esa situación, debemos empezar a romper el círculo vicioso y lo mejor es hacerlo de cero. Sí, durante unos días nada te sabrá dulce, pero si únicamente reduces las dosis te pasará igual, ya que tu umbral de tolerancia puede ser demasiado elevado y aquello que sea menos dulce de lo esperado probablemente te sepa mal. Es por ello que aconsejo quitar todo aquello que no sea inherentemente dulce. En unos días tu percepción mejorará y disfrutarás más de aquello que tenga este sabor.

Recuerdo cuando hace un par de años, antes de ser paleo, consumía sacarina (hey, no es azúcar, así que ¡es buena!, ¿no?) con el café... y tomaba mucho café. Llegó un momento en el que decidí tomar el café sin añadirle nada. Al principio era un poco raro pero lo que más me llama la atención es que antes el café siempre sabía bien y ahora cuando es de mala calidad lo noto, a pesar de que tengo un sentido del gusto más bien poco desarrollado. Y cuando es un buen café, lo es de verdad. Esta bebida se puede disfrutar con su sabor amargo pero hay que acostumbrarse y no tener miedo de probarlo. Por otro lado, su sabor amargo es indicativo de que puede que no sea del todo bueno, pero me cuesta realmente dejarlo, ya que es prácticamente el único vicio que tengo. Pues bien, casi sin quererlo, ahora con el protocolo autoinmune he dejado de tomarlo y llevo como 5 o 6 semanas en las que ni me doy cuenta de ello. Es probable que lo vuelva a consumir, pero no me preocupa.

A nadie le amarga un dulce, pero no dejes que la miel o el jarabe de arce sean más frecuentes que tus raciones de fruta y verdura.

Si quieres saber más, en el video de abajo Mónica te habla de la adicción con el azúcar, y de que con sólo probarlo le dan ganas de más ("un motivo para volver").


Que digo que ¡vivan los 90!... ¡Pero desátame!

2 comentarios:

  1. Hola,

    Muy interesante artículo.

    He visto que estás con la dieta autoinmune. Hace poco escribí sobre ella en mi blog, pero aun no la he probado.

    Me gustaría saber más sobre cómo está siendo tu experiencia. ¿Tienes algún artículo?

    Gracias!!

    Yedah

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    1. ¡Hola! Gracias por tu comentario.

      Sí, estoy probándola. Ahora mismo reintroduciendo alimentos y sin problema. No tengo ninguna condición por la que deba serguirla pero me picaba la curiosidad por descubrir cualquier posible intolerancia y por experimentar simplemente. Puedes leer los artículos que he escrito al respecto bajo la etiqueta AIP: http://paleoliticoenlondres.blogspot.co.uk/search/label/AIP

      ¡Un saludo!

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