viernes, 25 de octubre de 2013

La contaminación y su importancia en tu comida y tu cuerpo


Mundo moderno, industrialización, avances, tecnología... y contaminación. Una cosa lleva a la otra y generamos tantos residuos que muchas veces me pregunto dónde va a acabar todo.

¿Sabías que España emite una contaminación demasiado elevada? Quizás te sorprenda, pero es cierto. No podemos escapar de las ciudades porque entonces los campos se convertirían en nuevas ciudades. Tampoco podemos hacer nada por el tráfico que invade las calles y carreteras. ¿Qué hacer, entonces? Lo primero, relajarse. Lo segundo, aceptar la situación e intentar actuar de una forma coherente. Intenta evitar los ambientes altamente contaminados, colabora reduciendo tu propio consumo, acércate a los parques cuando puedas, usa la bicicleta y el transporte público, pasea, etc.

Hablemos ahora del plástico. Este material está tan extendido que no podríamos entender la vida sin él. Nuestra ropa, los envases, dispositivos electrónicos e incluso prótesis están hechos de este material. Lo recomendable es evitarlos en la medida de lo posible. Cada tipo de plástico tiene unos efectos distintos sobre el cuerpo pero la recomendación es evitar usar con alimentos aquellos que tienen los números 3, 6 y 7 en el icono de reciclaje (el de las 3 flechas formando un triángulo). Tampoco se deben calentar los plásticos de ningún tipo si se van a utilizar con comida o bebida, incluso si el fabricante dice que se puede. Y no por enfriarse vuelven a ser seguros, sino que una vez que se han sometido a un calentamiento pueden seguir desprendiendo sustancias tóxicas. En la medida de lo posible opta por el vidrio o metales seguros.

También puede que te sorprenda saber la enorme mancha de plástico que hay en el Pacífico. La grandísima cantidad de basura que generamos va a parar a muchos sitios y el océano es uno de ellos. Aunque también hay una isla similar en el Atlántico, la acumulación de basura del Pacífico tiene una superficie equivalente a casi 3 veces el tamaño de España. Esto debería hacernos pensar en todo lo que consumimos, tiramos y no reutilizamos, así como lo que luego vuelve a nosotros desde el mar.

Estos días se habla también del mar y de su pescado por otras razones: las fugas de la central eléctrica de Fukushima. Según Chris Kresser no debemos temer por ello. Y nos lo dice con estudios y datos en mano, aportando una visión científica. Su conclusión es que es peor evitar el pescado que comerlo con esos niveles de contaminación. Creo que realmente no sabemos lo que se nos viene encima, para bien o para mal. Pero también creo que hay muchas cosas que estamos comiendo o descartando simplemente porque la ciencia ha emitido unas valoraciones que considera correctas pero que nunca podremos saber con total seguridad. Al fin y al cabo, en ciencia, una teoría es válida hasta que no se demuestre lo contrario. Como humanos, es lo mejor que podemos hacer. Yo seguiré consumiendo pescado.

Podríamos citar también los piensos que se les dan a los animales de cría convencional y muchos otros elementos que entran en la cadena alimentaria. No eres lo que comes, sino lo que ha comido lo que tú comes, y así sucesivamente.

La radiación solía ser un motivo de preocupaciones varias aunque parece que últimamente la opinión está más calmada. Los hornos microondas, las señales de teléfonos móviles, el WiFi, radio, televisión. Vivimos rodeados de infinitas ondas electromagnéticas. No estoy seguro de que haya motivo para preocuparse. Aunque esas señales modernas pueden darnos miedo, el electromagnetismo ha estado siempre presente. Incluso la luz natural entra en esta clasificación y el planeta en sí tiene un magnetismo inherente. Claro que hablamos ahora de creaciones artificiales, manipuladas y con diversas intensidades, así que no está clara su inocuidad.

¿Adónde nos lleva todo esto? Considero que a dos puntos distintos.

El primer punto es el plantearnos hasta que punto necesitamos todas esas cosas que luego tiramos, que se vuelven inútiles después de uno o dos años. Consumimos tanto que no paramos de generar residuos. Envases, aparatos inútiles, gadgets que pronto se vuelven obsoletos, ropa que pasa de moda... ¿Realmente queremos eso? ¿Queremos vivir en una rueda de consumo sin fin? ¿Queremos seguir tirando basura? Piensa en la frecuencia con la que sacas la basura e imagínate los kilos de desperdicios que generas al año. Y eso es solamente en tu casa. También generas basura cuando vas a un restaurante o cafetería, a un evento, cuando coges algo para picar por la calle o un café en vaso de plástico. Es demasiado. Y lo peor es que todo eso vuelve a nosotros en forma de contaminación que nos afecta de forma directa o indirecta.

El segundo punto es la actitud. Me refiero a la paranoia. Si bien los índices de contaminación son muy elevados, debemos aceptar que es algo con lo debemos vivir. No es cuestión de resignarse, pero tampoco hay que llegar al punto de la frustración. Aquello que no podamos controlar habrá que dejarlo ir, pero es bueno tomar decisiones inteligentes, por ejemplo, con los plásticos o aceites. Recuerda que las grasas son buenas, necesarias y las queremos con nosotros, pero una grasa o aceite de mala calidad puede estar cargado con tóxicos y antibióticos (los animales almacenamos muchos residuos en el tejido graso) o incluso volverse rancio o estar parcialmente hidrogenado, siendo también dañino. Elige con cabeza y ante la duda aprende a decir que no. Por otro lado, elegir productos naturales, frescos y locales para tu mesa ayudará a reducir los efectos dañinos en tu cuerpo y en el planeta.

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